Hablar de las lenguas como organismos vivos puede parecer un cliché, un lugar común en el que siempre caemos quienes hablamos de ellas; sin embargo, eso es lo que son. Las lenguas no son estáticas, sus mecanismos no permanecen inmóviles ni son inmutables. Las lenguas se mueven y cambian, evolucionan, respiran, caminan y, a veces, incluso mueren. También pueden dar origen a otras, o se dividen en variedades o forman subgrupos. Y es en este movimiento y en este constante cambio donde radican su riqueza y su magia. Por esto es importante acercarse a su historia, es decir, reconocer su evolución para entender sus cambios como fenómenos que se relacionan con otros aspectos.
La lengua, especialmente en lo referente al léxico, responde a los cambios que ocurren en las sociedades. En muchos aspectos, estos cambios van marcando la manera de comunicarse. Veamos, por ejemplo, todo lo que ha sucedido en nuestra sociedad desde que empezó la era de las nuevas tecnologías. Palabras que antes no eran parte de nuestra cotidianidad se han convertido en expresiones indispensables de nuestro léxico. Ahora no podemos dejar de hablar por celular (palabra que antes solo se refería a las células), a diario nos comunicamos mediante algún chat (un término que le ganó la partida a la sugerida ‘cibercharla’) o usamos alguna aplicación para facilitarnos la vida (los más jóvenes incluso le dicen ‘ap’). Si no viéramos la inclusión de estas palabras y otras más en nuestra cotidianidad desde la historia que han recorrido para llegar donde están, seguramente seguiríamos pensando que son intrusas que no merecen formar parte de nuestro idioma. Sin embargo, en su devenir, en su caminar, en su evolución, ciertos términos y usos van imponiéndose y acomodándose al devenir y a la evolución de las sociedades.
También tenemos aquellas palabras que son producto de fenómenos históricos y sociales. Pensemos, por ejemplo, en todos los términos que surgen en relación con el género, la reivindicación de los pueblos originarios, las luchas de las ‘minorías’. Hasta hace relativamente poco la palabra femicidio (o la variante feminicidio) no era parte de nuestro léxico, pero fue necesario que fuéramos conscientes de que asesinar a una mujer por ser mujer no era lo mismo que un homicidio. Como esta, muchas palabras se han ido creando para cubrir vacíos que era preciso nombrar, también ahí radica la maravilla de las lenguas: en la creatividad de sus usuarios. En otros casos, a veces los usuarios, en lugar de crear, hacen suyos términos de otras lenguas, que asimilan a la suya y muchas veces la enriquecen.
Si revisamos diccionarios y gramáticas con una visión diacrónica de la lengua, podremos ver cómo esta ha evolucionado, y no de una manera mecánica ni insensible, sino más bien de una manera lógica, armónica. Como usuarios de una lengua, nos queda ser parte activa de este proceso, cuidar que la evolución sea armónica, evaluar, reconocer los sentidos, pero también inventar y crear.